Como sacerdote,es frecuente escuchar en alguna confesión: "No sé muy bien qué pecados tendré, porque no he robado ni he matado a nadie..."
Mi respuesta, en estos casos, suele siempre arrancar de la misma manera: ¿Acaso nuestra vida es solo evitar el mal?
Imaginemos unos padres cuya única preocupación hacia sus hijos sea simplemente no hacerles nada malo. ¡Pobres hijos! O a un profesor que solo se esfuerza en que sus alumnos no lo pasen mal. ¡Menuda pobreza!
Nuestra vida como cristianos no es simplemente evitar el mal. Pero tampoco lo es actuar solamente como correspondencia al bien que nos hacen. Nuestra vida es una llamada a hacer el bien sin ningún tipo de límite; a amar sin medida.
De esto se trata, precisamente, el Evangelio de este domingo, de amar, de hacer el bien.
Independientemente de lo que nos pueda ofrecer el otro. Es más, estamos llamados a amar y hacer el bien, incluso a aquellos que nos desprecian y nos hacen mal.
Nuestra respuesta no es el desaire, la indiferencia, ni mucho menos la venganza, sino el amor: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
En vuestra mentalidad retributiva, enseguida surge la pregunta: ¿y qué gano yo con eso? Esa actitud solo me va a acarrear sufrimiento y angustia.
Ahí esta el error. Nos han enseñado a pensar que, ante la afrenta, la única respuesta que libera es la venganza; o que la indiferencia es la mejor coraza para proteger nuestro corazón. ¡Y no es así! Lo único que libera es el perdón; lo único que alegra y ensancha nuestro corazón es el amor que se traduce en hacer el bien
Quien opta por vivir así experimenta una paz y una alegría que no las da ninguna de las otras actitudes. Es cierto que, a veces, va acompañada de sufrimiento, pero son el amor y el perdón los que pueden cicatrizar esas heridas. La venganza y el odio, en cambio, las hacen todavía más profundas.
No es fácil dar este paso, pero es el único tratamiento posible para sanar tantos corazones heridos. Y como siempre, no estamos solos en este camino; el Señor siempre va delante de nosotros, y busca Él mismo llenar nuestro corazón con ese amor misericordioso que después nosotros podremos verter de manera generosa, colmada, remecida, rebosante, sobre los otros. Pues con la medida que midiereis, se os medirá a vosotros.
Amenos, pués, sin ningún tipo de límite, ni condición... ¿Cual es la medida del amor? ¡Amar sin medida!
(S. Romero, Ecclesia Feb 2025).