Tenemos que pensar cuál es el mejor camino para cultivar los valores que dan sentido a la vida. Y, por eso, haremos un pequeño esfuerzo para saber de dónde vienen y en qué formas se orientan las energías que nos hacen caminar. Porque los valores son ante todo, energías.
El tener capacidad para pensar y para distinguir los pensamientos es un don natural. Por eso la inquietud por mejorar lo que se piensa es regalo de la naturaleza.
La inteligencia es la plataforma en la que se construyen los valores. Detrás de los valores, más adelante entrarán en juego la voluntad y surgirán las virtudes. Y luego, actuarán la afectividad y los sentimientos y surgirań en la persona los gustos y los disgustos.
Comenzamos un curso académico y social en nuestro ambiente. Será importante para los hombres inteligentes discernir los valores que nos impulsan en el camino. Cada uno construimos los preferentes. Varones y mujeres pensamos cada uno a nuestra manera. Los cristianos tendemos a analiar por qué valores nos orientamos o por los antivalores que menospreciamos. Miramos los valores y los transformamos en valoraciones, en valentía o en validez. Y nos agrada apoyarnos en figuras históricas que los han comentado y descrito.
Las inquietudes de grandes pensadores nos estimulan y desafían. ¿Cuales¿ Max Scheler con su escala de valores; Ortega y Gasset, con su fuerza vital; Jaime Balmes en el siglo XIX con su lógica admirable; Teilhard de Chardin en el siglo XX y la judía, hecha carmelita Edith Stein. Todos ellos - y muchos más - nos trazaron argumentos admirables sobre lo que son los valores y lo que permiten construir en la personalidad.
Todos ellos nos hacen pensar. Nos reclaman los valores sociales y también los culturales, los económicos y los espirituales, los éticos y los estéticos. Nos damos cuenta de que siempre los hombres inteligentes tuvieron a los valores por temario de su inteligencia. Ellos hicieron pensar a los que no eran de su estilo y ayudaron a otros con su ejemplo de vida y sus luces mentales que nos admiran.
En la Historia han surgido muchos que nos pueden atraer con sus reflexiones. Los antiguos cínicos, los escépticos, los estoicos y los epicúreos, que se enfrentaron a San Pablo nos hacen pensar en clave cristiana para alabarlos o para despreciarlos.
Al principio del cristianismo (Hechos 17:16-33) San Pablo llegó hasta Atenas y pretendió hacer propaganda de sus valores cristianos. Habló de los valores que el apóstol confesaba en una charla que escucharon sus diversos oyentes en el teatro que ellos llamaban Areópago. Solo algunos como Dionisio, que era miembro de aquel lugar, y una mujer llamada Damaris, se dieron cuenta de lo que el mensajero Pablo les intentó comunicar. Allí se dejó en claro que una nueva escala de valores se hacía presente en las gentes que empezaban a llamarse cristianos.
Hoy 2000 años después, sabemos que para un cristiano esos valores están por encima de sus opciones políticas y de sus preferencias culturales. Están en la verdad cuando se pregunta por ellos, como le pasó al romano Poncio Pilato, que no pudo entender, cuando el acusado, Jesús de Nazaret, le informaba que él había venido al mundo par defender la verdad. ¿Qué es la verdad? , es lo único que al pobre Pilato se le ocurrió preguntar. (Jn 18:38) y se marchó sin esperar respuesta. Es lo que nosotros tenemos que hacer en este tiempo de reflexión y de ceguera por el que la sociedad está pasando, ante tantas guerras, tantas teorías y tantos atropellos que en la sociedad se comenten, Faltan valores y por eso hay tanta tristeza y desconcierto en referencia a los valores. Son tantos los valores que muchas veces se identifican con palabras, aunque en la realidad son actitudes, hábitos, criterios, incluso ideales que inpulsan la conducta de los hombres.
Tenemos que poner en funcionamiento nuestra inteligencia para discernir los valores que deben entrar en nuestra vida y en nuestra conciencia, a fin de caminar en la vida con serenidad y con paz. Y debemos buscar la forma de ayudar a los cristianos que caminan a nuestro lado para evitar que se desvíen en sus elecciones y en sus actitudes. No hace falta ser experto en Filosofía ni en Teología para orientarse en los caminos de los valores, en la axiología para distinguir a tiempo. Debemos tender a formas positivas en el modo de vivir, en el modo de pensar y en el modo de orientar nuestra conducta. Además, tenemos el deber de ayudar a todos los demás caminantes que a nuestro lado se orientan en la vida.
Podemos tomar en el comienzo de este curso escolar que iniciamos una postura reflexiva. La vida será más hermosa, si cultivamos la sabiduría y no la confundimos con la simple cultura o la ciencia. Los cristianos, en cuanto somos inteligentes o tenemos que serlo, construimos o conservamos un paisaje positivo en relación a los valores. Detrás de ellos vendrán las virtudes y los compromisos. Podemos dar un paseo por Atenas, como hizo San Pablo y sacaremos en limpio una hermosa lección sobre los valores, que el apostol diseñó con habilidad. Hasta podremos recordar a Sócrates, a Platón y a Aristóteles, a los que dejamos para otra ocasión..
( ABC. Aniceto Masferrer catedrático de historia del derecho. Universidad de Valencia).
El cristiano que experimenta con gozo el amor del perdón vive de ese amor y lo comunica con una actitud vital de servicio y apertura a todos, a quienes reconoce como hermanos, porque percibe en cada persona la dignidad
y la belleza del rostro de Cristo, reflejo del Amor del Padre. Esta identidad cristiana, encarnada de un modo auténtico de los creyentes, tiene
una misteriosa e inconmensurable fuerza transformadora en la socie-dad, haciéndola más libre, justa y solidaria.
Ha pasado ya un tiempo de la elección de León XIV. EL fallecimiento de Francisco, el tiempo de sede vacante, la celebración del breve cónclave y la elección del nuevo Papa fueron objeto de expectación mundial. Los cardenales optaron
por elegir aquella persona que, a su juicio, mejor podía gobernar la Iglesia Católica ante los retos del mundo actual; los medios
mostraron, con mayor o menor acierto, las diversas sensibilidades de los candidatos elegibles, pero conviene no olvidar que la Iglesia no
depende, en lo esencial de la figura del Papa - de su personalidad, formación y trayectoria -, guste más o menos. Lo diverso es positivo y
enriquece, siempre y cuando no impida ni dificulte la unidad, la comunión en lo esencial. Pero , ¿qué es lo esencial del cristianismo
?¿Qué significa ser cristiano y qué puede aportar el cristianismo a una sociedad secularizada y plural como la nuestra?
¿Cuales son las verdades o rasgos más definitorios de la identidad cristiana y que más deberían de contribuir a
configurar sociedades libres y plurales? No soy teólogo ni filósofo, pero he estudiado ambas ciencias porque no es posible ser un buen
jurista, ni entender cómo se forma el derecho sin conocer éstas y otras ciencias que reflejan las ideas y el contexto cultural de
cada sociedad.
Además, soy creyente y no puedo evitar tratar de entender el significado de todo lo que creo y da sentido a mi vida. A mi juicio, la identidad cristiana contiene tres grandes verdades que cabría traducir, para el conjunto de la sociedad, en tres grandes culturas.
La primera es la cultura del perdón. Hace unos días escuché decir a un conferenciante de autoayuda con escasos conocimientos antropológicos que convenía ignorar tres sentimientos humanos: la culpa, la vergüenza y el miedo. Hacía tiempo que no escuchaba algo tan absurdo y ajeno a la condición humana. ¿Significa esto que si uno maltrata a su padre, es infiel a su pareja, engaña a sus clientes o estafa a su socio debería hacerlo sin remordimiento ni sentimiento de culpa alguno? ¿o significa que la gente no debería sentir vergüenza por consumir pornografía a la vista de todos o bañarse en la playa desnuda? ¿No debería uno prestar atención al miedo que siente al saltar al mar desde unas rocas o un acantilado? Al cristianismo se le ha reprochado ser una religión que tiende a culpabilizar al creyente, cuando la verdad es precisamente la contraria. Un cristiano debería tener claro que el mal , la muerte, el pecado , el dolor jamás tienen la última palabra. El mal y el pecado existen, pero quedan relegados a la insignificancia frente a la fuerza del perdón. Es bien conocido el refrán que dice que "Dios perdona siempre, los hombres a veces, la naturaleza nunca".
El cristiano no vive anclado en la culpa sino en la alegría del perdón concedido por Alguien que no sólo perdona siempre, sino que olvida completamente la falta cometida. Al cristiano debería resultarle más fácil perdonarse a sí mismo y perdonar a los demás.
¿Qué importante es esto en una sociedad a cuyos individuos les resulta tan difícil perdonarse a sí mismos y en consecuencia, perdonar a los demás. Muchas personas viven apesadumbradas y cargadas con el peso de sus errores. No terminan de perdonarse y esto les impide reconciliarse consigo mismas , aceptarse y quererse. Vivimos en una sociedad que no suele perdonar, trata despiadadamente al que se ha equivocado y es proclive a juzgar a condenar a las personas. Esta actitud es contraria al cristianismo, como ejemplificó Jesús al tratar a la mujer sorprendida en flagrante adulterio. "Yo tampoco te condeno. Ve y no peques más" Jn8:11. Y ya en la cruz pronunció unas palabras que reflejan los sentimientos más profundos de su corazón: "Padre perdónalos porque no saben lo que hacen" Lc23:24
Es fácil imaginar el mayor impacto social que tendríamos los cristianos si experimentáramos mas ese perdón y lo comunicáramos con
naturalidad en la sociedad actual.
La segunda es la cultura del servicio. Jesús llevó el servicio hasta el extremo de entregar su vida clavado en una cruz. Él ya
advirtió que "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos"Mt20:28. Su muerte en la cruz
muestra que la clave de la felicidad no se encuentra en una búsqueda autoreferencial y ansiosa del dinero, del placer o del poder, sino en
el ejercicio de una libertad que busca amar, que lo que realmente libera y hace crecer al ser humano es amar y ser amado. Amar significa
procurar el bien a uno mismo y a los demás, sin conformarse con dar a cada uno lo suyo (como definió Ulpiano la justicia). Y procurar el
bien implica servir, concebir la propia vida como un servicio a los demás. Amar es servir a los demás . Concebir la
familia, el trabajo y las relaciones sociales como servicio es algo profundamente cristiano. Los cristianos están llamados a reemplazar la idea
de poder que impregna buena parte de la política, la empresa, las finanzas, la cultura, las relaciones internacionales y muchas relaciones
humanas por la idea de servicio concibiendo el gobierno - en el ámbito público y en el privado, como servicio ('munus' raiz de ministerio) no
como dominación. Conviene dejar de servirse del poder e inaugurar el poder del servicio: "Quien quiera ser el primero, que sea el
último de todos y el servidor de todos.Mc9:35. En definitiva vivir y trabajar para servir. Teresa de Calcuta sintentizó esta verdad con una
bella frase: Quien no vive para servir no sirve para vivir.
La tercera verdad es el espíritu de libertad y fraternidad, principios de la revolución francesa, de origen claramente cristiano, pero
invocados al tiempo que se guillotinaba a quienes se oponían o discrepaban de quienes ostentaban el poder. Si Jesús murió en la cruz para
salvar a todos a quienes rescató con su muerte y concedió el don inmerecido de convertirse - con Él - en hijos de un mismo Padre ("ve a
mis hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y a vuestro Padre a mi Dios y a vuestro Dios'Jn20:17, la idea de fraternidad, reivindicada por el
derecho internacional tras los horrores de la II Guerra Mundial , constituye una nota distintiva de la identidad cristiana. Mi hermano
puede caerme mal , puede estar equivocado o loco pero es mi hermano y como tal le trato, no como un enemigo ( "amad a vuestros enemigos"Mt5:44,
ni le procuro mal alguno. Si alguien hiciera esto conmigo quizá deba defenderme pero será perdonándolo de todo corazón, rezando por él,
sin desearle el mal, ni permitir que el rencor anide en mi corazón, porque es mi hermano, hijo de un mismo Padre.
Nietzsche sostenía que el cristianismo , al declarar como buenas las cualidades de los débiles ( compasión , servicio, paciencia, humildad)
, tenía una "moral de esclavos". Creo que jamás terminó de comprender que es imposible verse a sí mismo como esclavo el hijo, que
además de sentirse incondicionalmente querido por su Padre goza de la libertad propia de un hijo , no de un esclavo ( 'ya no eres esclavo ,
sino hijo'Ga4:6-7 sintiéndose llamado a pensar por sí mismo ( tanto en su esfera privada como pública) ¿Porqué no juzgáis por vosotros mismos
lo que es justo ?Lc12:57. El cristiano que experimenta con gozo el amor del perdón vive de ese amor y lo comunica con una actitud vital de
servicio y apertura a todos, a quienes reconoce como hermanos , porque percibe en cada persona la dignidad y la belleza del rostro de Cristo -
resucita y realmente presente en la Eucaristía - reflejo del Amor del Padre ("Dios es Amor"Jn4:8. Esta identidad cristiana , encarnada de un
modo auténtico de los creyentes , tiene una misteriosa e inconmensurable fuerza transformadora en la sociedad haciéndola más libre, justa
y solidaria.